En su primer fin de semana, Barbie recaudó US$ 377 millones en todo el mundo —en Uruguay también fue un éxito: se vendieron más de cien mil entradas y las funciones vuelan— y con eso se convirtió, por citar un único récord, en el mayor debut de la historia para una película dirigida por una mujer.

Los coletazos de este triunfo rosado, uno que junto al de Oppenheimer están logrando convocar masivamente al público a unas salas que nunca terminaron de recuperarse del todo tras la pandemia, marcan que las tendencias de la industria del cine podría empezar a apuntar hacia otro lado. Porque si bien en los últimos quince años Hollywood depositó sus fuerzas y millones en el éxito de los superhéroes, esa fórmula parece empezar a agotarse. Ahí están los fracasos estrepitosos de Ant-man and the Wasp: Quantumania, Thor: amor y trueno y Flash para demostrarlo.

La Barbiemanía, entonces, podría marcar un nuevo rumbo y de hecho ya hay indicios de que así sucederá: las marcas están pasando al primer plano, los juguetes y otras propiedades intelectuales de ese tipo ganan espacio y las puertas del cine se le abren a un montón de futuros blockbusters vinculados a grandes empresas o firmas de otros rubros. Empresas que no tienen, por citar el caso de propiedades intelectuales o IP como Marvel o Harry Potter, un sustento narrativo anterior detrás que explotar.

Según un informe de The New Yorker titulado Después de Barbie, Mattel abre su caja de juguetes, la película de Gerwig será la punta de lanza para un plan que incluye 45 películas más sobre sus propiedades intelectuales, trece de las cuales ya están en desarrollo. Entre las películas que se vienen están una de los autitos Hot Wheels, del juego de cartas UNO, He-Man y de Barney el dinosaurio.

El plan tiene sentido cuando se comprueba, semana a semana, que el éxito está en buena medida relacionado con el conocimiento previo que el público tiene de estas IP. Así, por ejemplo, lo explica un artículo de Business Insider titulado Las estrellas más populares de Hollywood: las marcas: “Las películas sobre marcas tienen algo que los conceptos originales no tienen: reconocimiento previo de la audiencia. Debido a que la gente ya sabe algo sobre la historia, suponen los estudios, es más probable que les interese. A la gente le gustan los Flamin’ Hot Cheetos, por lo que probablemente harán clic en una película titulada Flamin’ Hot, según Hulu”. Esa película sobre los chizitos picantes es real.

Está claro, entonces: los espectadores prefieren hoy la comodidad y confort de estos nombres seguros antes que experiencias genuinamente nuevas y las mega corporaciones lo saben. La nostalgia vende, y más si está tamizada o redireccionada hacia problemáticas contemporáneas. La vuelta feminista de Barbie, o esa idea de Barney el dinosaurio como centro de la angustia millenial, son dos ejemplos claros. Además, las empresas están buscando nombres asociados al cine comercial, sin descuidar el aura de prestigio que los acompaña. Pasó con los nominados al Oscar Greta Gerwig y Noah Baumbach, que colabora en el guion de la película de la muñeca, y también con Kaluuya, en la del dinosaurio. Vendrán más como ellos. Y vendrán, también, más historias de orígenes.