Algunos meses atrás, antes de que la fiscal Alicia Ghione pidiera la imputación de Gustavo Penadés, Romina Celeste Papasso se sometió a una cirugía en la espalda. La intervención de la primera denunciante del senador trascendió porque de ese acto dependían las fechas de su citación a declarar. Sin embargo, el motivo de la operación de la militante nacionalista permaneció bajo reserva.
Si bien la cirugía resultó dentro de lo esperado, hoy Papasso está preocupada por su salud. La noticia de la muerte de Silvina Luna como consecuencia de una vieja inyección de metacrilato con fines estéticos la movilizó. “Con todo esto de Silvina estoy asustada”, confiesa en diálogo con Montevideo Portal.
A Romina no le pusieron la sustancia que derivó en las complicaciones renales de la mediática argentina, sino una que algunos entendidos dicen que es aún peor: silicona líquida.
“Cuando no tenés los recursos, la mayoría de las chicas trans usan ese veneno”, cuenta Papasso. Ella fue una.
“Hace ocho años, en abril de 2015, mi situación no era la de ahora; era más difícil todo. Terminé en la calle porque mis padres no me aceptaron. No tenía el cuerpo que tengo ahora. Era muy flaca, y quería tener caderas. En aquella época había unas cinco compañeras que se dedicaban a inyectar silicona industrial. La compraban en un lugar donde se compran todas esas cosas, una droguería. Te cobraban por botella de litro, que salía unos 800 pesos, y te salía 10.000 pesos inyectarte. Primero te dormían la zona. Sentías que [la sustancia] iba entrando al cuerpo y rompiendo todos los tejidos. Después te ponían unas ligas en las piernas, unos elásticos para que eso no se corriera a las piernas. Y tenías que estar una semana acostada cola para arriba para que eso quedara bien formado”, relata.
Ella se puso medio litro en cada nalga, pero no quedó conforme y al tiempo se puso más. Todavía conserva y exhibe las fotos del antes y el después, con resultados que impresionan.
Pero ese camino lejos estaba de conducir a un destino feliz.
“Después empecé con la hormonización, que te hace tener muchos cambios, entre ellos engordar y que la silicona se mueva por todo el cuerpo”, dice. Hasta el día de hoy, Papasso se pregunta cómo es posible que el líquido suba, como lo hizo en su cuerpo.
“En la zona de la columna tengo como una piedra en la espalda”, retoma. “En la zona de la entrepierna tengo unos granulomas que a veces se inflaman y duelen pila. Son como unas bolitas que el cuerpo rechaza y cubre. Me causa fiebre en las piernas también, como palpitaciones. El líquido se me fue para las articulaciones, a la parte de atrás de las rodillas, subió para la espalda, migró por todo el cuerpo”, se lamenta.
Asegura que aquella decisión le provoca “un dolor permanente”, que “a medida que pasa el tiempo, es peor”.
“Tengo 30 años recién. Es un bajón; no sé cómo va a seguir”.
En el “ambiente trans” es habitual ver a las chicas “recién surgidas” aparecerse, poco después de su transformación al género femenino, con unos “cuerpones de guitarra”. Ni cabe la pregunta: es evidente que se pusieron silicona líquida.
“Siempre existió. En un principio, cuando recién arrancan, las jovencitas sobre todo aspiran a ciertos cuerpos y se encajan el producto sin mucha información, sin saber lo que es tenerlo en el cuerpo, sin saber los pros y los contras”, dice una chica trans que prefirió no revelar su identidad.
En su caso —porque ella también lo hizo— afirma no estar arrepentida. Le gusta el cambio logrado. Sí bien sabe que, tarde o temprano, sufrirá alguna complicación de salud, no le ha tocado hasta ahora. “Pero es una ruleta rusa: hay veces que toca la mala y ya de entrada es algo que no pertenece al cuerpo y genera una reacción negativa”, reconoce.
Así como “todo el mundo sabe” quién se hizo qué, quién se puso, quién se retocó, también es sabido quién o quiénes lo hacen. Antes, dice la chica que pidió reserva de su nombre, había un referente en la práctica, así como ahora se señala a Aníbal Lotocki como el artífice de las curvas más peligrosas de la farándula argentina. “El Lotocki de la farándula nuestra ya no está; culminó esa etapa en su vida. Nosotras fuimos los últimos ejemplares que sacó en su clínica”, asegura, aunque prefiere no ahondar en detalles.
Collette Spinetti, representante del Colectivo Trans del Uruguay, contó a Montevideo Portal que la inyección de silicona y otras sustancias son “prácticas que se hacen entre compañeras”, y que incluso hay mujeres trans “especializadas en eso”, porque es una de las herramientas para lograr las transformaciones corporales. De todas formas, Spinetti señaló, al igual que las hormonas, estas sustancias son de venta libre y pueden comprarse en droguerías.
Las personas se inyectan por “una cuestión económica y de urgencia”, advierte Spinetti, debido a “la obligatoriedad del trabajo sexual” para las personas trans: “Porque hasta hace poco no se podía elegir entre el trabajo sexual u otro trabajo. Recién con la Ley [Integral para Personas Trans] se comienza a acceder a algunos trabajos”. Sin embargo, la activista señaló que algunos requerimientos laborales, como haber terminado secundaria, generan que la población trans esté “en situación de trabajo sexual”, lo que implica la exigencia de un cuerpo que facilite las posibilidades laborales.
Romina Celeste Papasso conoce al menos a dos personas que siguen cobrando por inyectar silicona a gente ciertamente vulnerable y desinformada. “Una chica trans nos arruinó la vida a muchas personas, no solo a mí. Hay gente que sigue haciéndolo”, asegura, y es notorio que el tema le hace revivir un pasado doloroso y no tan lejano.
“En su momento no denuncié a la persona por miedo, porque yo trabajaba en la calle”, dice. En algún procedimiento policial de aquellos tiempos, según cuenta, le dieron “una paliza” a propósito y la hicieron caer de cola en la calle. “Nada era fácil en esa época”, recuerda.
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